sábado, 11 de julio de 2009

LSD

Nos salió una mano de ácido. No les voy a mentir, la hemos tratado de conseguir hace meses.
Este fin de semana largo se veía venir PROMETEDOR; por mi parte, arriendo cancelado, cuentas saldadas, cumplí con todas mis atenciones médicas, tanto físicas como psíquicas y espirituales. Me entregaron una botella nueva para el tratamiento con Flores de Bach, exámenes al día y uno que otro número telefónico de atención en terapias grupales para el programa de trastorno de la personalidad Borderline. Así que sólo quedaba comprar una excelsa cantidad de maría y esperar a que las ganas, la buena onda, la energía y las lucas se combinaran en un perfecto y armonioso conjunto de situaciones altamente hilarantes.

Estamos casi terminando el semestre. Los exámenes y trabajos, informes, entregas y, en el caso de Víctor, peinados coeficiente 2, 3, 5, etc. se arremolinan en el calendario y la presión, lo juro, se siente sobre nuestros hombros. Aún así, nos pusimos de acuerdo para entregarnos al disfrute psicoactivo sin permitir que las obligaciones y responsabilidades fueran capaces de empañar estos 3 hermosos, aunque lluviosos, días de amistad y drogas.

Fue un día Viernes cuando se suponía que haríamos, finalmente, nuestra ambicionada tranza de LSD por apenas 10 mil piticlines. ¿Qué pasó? Bueno, la mano no salió por situaciones ajenas a nosotros, que no vale la pena detallar en este espacio. Lo que si ocurrió fue que logramos obtener el contacto casi directo con el sujeto que nos proporcionaría la droga, inclusive logramos rescatar un número telefónico al cual debía llamar para poder organizar una nueva y, esperamos, exitosa transacción.La cosa es que los planes ya estaban en marcha, teníamos marihuana suficiente para subsistir al menos por el fin de semana completo. Era día viernes y el grupo constaba de 5 integrantes, componentes, participantes, drogadictos o como quieran llamarnos: Yo, Víctor, Karina, Felipe y Matías. Este último había quedado de juntarse con una amiga que vive en las cercanías de mi hogar, algo así como Pedro de Valdivia con Eliodoro Yañez. Perfecto. Partimos en patota (cuando no) al nuevo cuartel general para compartir un par de caños y entablar gratas conversaciones.
La amiga de Matías se llama Clopi, algo así como un diminutivo de Claudia, y su hogar conformado, además de ella, por un par de weones más, que a su vez tenían sus propios invitados, se abría ante nosotros como un cómodo y extenso espacio, en donde pseudo artistas y jóvenes intelectuales, sobrellevaban una interesante velada, guareciéndose del clima, frío, semi-tempestuoso, al compás de Ennio Morriconne y otros soundtracks alternativos.
La verdad es que no nos quedamos mucho rato y finalmente, tras dejar a uno de los integrantes del grupo en el paradero de Pedro de Valdivia, regresamos arrastrando los pies a mi casa. Íbamos transitando por la vereda norte de Eliodoro Yañez, los 4, uno al lado del otro, cuando un ciclista, intentando hacernos el quite, se resbala, derrapando la rueda trasera, frente a nosotros. Razón por la cual el Víctor pegó un grito digno del difunto Michael Jackson en su mejor época, y, como nosotros no estábamos naaaada de volados, rompimos en carcajadas, las que nos acompañaron por lo menos unos 20 minutos o el camino que restaba hasta Providencia. Pasamos a los chinos a comer papas fritas, gentilmente auspiciadas por Matías, y después para la casa a fumar y dormir.
Al siguiente día desperté con una caña de marihuana como no la había sentido nunca. Todo me parecía irreal y los únicos recuerdos que tenía de la velada anterior se desdibujaban en una polvorosa nube de humo blanco. Tanto así que las primeras palabras que pude articular fueron un llamado de atención a mis amigos: Weoooon! No quiero volver a fumar pitos nunca más! Tras constatar que el Víctor se había marchado hacía rato ya, a cumplir con sus obligaciones de coiffure en la peluquería del barrio. Con el Matías y la Karina decidimos dejar que nuestros organismos se restablecieran en un balance natural, y realizar actividades extracurriculares, o para ser más precisos extracannabicas. Fuimos a la Feria de Grecia con Tobalaba. Nos compramos un montón de weas, además de frutas y verduras y alguna que otra cosa útil. En la tarde ya estábamos de vuelta en mi casa fumando pito.
Los planes para ese día no se vislumbraban por completo, y la lluvia amenazaba con caer en cualquier momento. Fuimos a la Bomb Gallery a esparcirnos un rato, con el Víctor y la Karina, invitamos al Ocio y al Paul a compartir un caño y finalmente optamos por destinar el monto del ácido para la compra de unos gramos cocaína. Bajo la lluvia logramos una mano aparentemente convenible, mientras coordinábamos con Matías y la Clopi, quienes a su vez hacían lo mismo en un punto del sector oriente de la capital. Finalmente nuestra mano no resultó y la de ellos sí. Sólo quedaba esperar un llamado telefónico y pegarse un viaje rápido al Barrio Brasil para conseguir la droga.
La reunión, una vez más, fue en mi casa. Nos encontrábamos los 5: Clopi, Matías, Karina, Víctor y yo, algunos más mojados que otros, mirándonos la cara, escuchando música o algo por el estilo. Manos a la obra. Víctor y yo habíamos comprado 10 mil pesos de polvo blanco para nuestro consumo inmediato, no sé a ciencia cierta cuanto habrá comprado el Mati, pero puta que tenía harto. Jalamos todos para comenzar. Era como una carrera, de esas sin metas, ni futuro, en las que apenas puedes reconocer el punto de partida. Con el paso de las horas los contrincantes van disminuyendo en número, y puedes ver como continúan circulando los ejemplares más volubles, mientras sobrepasan a aquellos que van quedando atrás. Yo me debo haber tirado 3 rayas, mientras que el Víctor, no satisfecho con ofrecer cambiarme sus cogollos por mi parte de falopa, terminó por comprar mis gramos. A decir verdad, prefiero la marihuana, porque la mano no era nada espectacular. O puede ser que después de haber vivido bajo el mismo techo que uno de los traficantes más cuáticos que he conocido, ninguna cocaína me sorprende. Lo bueno fue que hicimos de todo; desde jugar bachillerato hasta adjudicarle un nuevo corte de pelo a la Clopi. Y lejos lo mejor de todo, es que estuvimos felices, juntos, como amigos. Y que la Karina probó la coca con nosotros.
No hay alguien que me pueda decir que la cocaína es una mala droga; puesto que aquí no hubo drama alguno ni una calamidad que lamentar. Y quedó de manifiesto, al menos para nosotros, como vivencia, que se puede carretear con coca sin tener que recurrir a situaciones límites o extremas, sino más bien, se puede generar un ambiente incluso apacible, sin salir de casa, sintiendo el golpeteo de la lluvia contra el vidrio; lo que sí, nos tuvimos que fumar como 3 pitos e ingerir una buena dosis de extracto de THC en gotas para poder quedarnos dormidos a las 7 A.M.

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